Ni mi cuerpo que cambia desde la primera vez que lo vi,
Ni mis células que revientan como burbujas al salir del aro,
Hasta matarme, reinventarme y volverme a hacer así;
Ni el blanco que va cayendo sobre mis ralas hojas negras
Ni de la claritromicina el sigiloso sabor amaro,
Ni la noche que con tu súbito recuerdo errado alegras;
Ni el zumbido perpetuo que enerva mi pobre materia racional,
Ni las “canciones tristes que pones para sentirte mejor”
Ni la sucia distracción del morbo cibernético internacional
Ni la prepotente belleza roja en el delicado follaje del otoño
Ni el dulce sabor imaginario a valenciano alfajor,
Impedirá que desperdicie mis horas venideras
Con la venial lujuria estética de los versos desperdiciados.