domingo, 30 de enero de 2011

Capítulo XXX: De los vértigos y el tiempo.

El agua ya estaba hirviendo por unos minutos cuando se dio cuenta. Con la prisa habitual abrió el sobrecito y sacó la bolsita de alfalfa con menta. Sacó la taza y puso la bolsita en el agua caliente. Al mirar la taza, como siempre, sintió la brisa liviana que se siente cuando el tiempo se distiende. Había sido nueve años atrás cuando ella le dijo que le había traído algo de Universal Studios. Un detallito. Recordó también cuando la miró pensando que de todos los lugares del mundo de donde le podrían traer un regalo, ella le traía una taza para café grande, negra, con el dibujo de un dragón y la inscripción oficial de ese parque de diversiones. Que prosaico, pensó, pero qué detalle. Cuando regresó a la cocina se fijó que el agua comenzaba a salirse de la taza porque ya le quemaba un dedo. A lo lejos todavía escuchaba aquella conversación posterior al regalo, 9 años atrás, mientras limpiaba el agua derramada, apagaba la luz y se iba a su cuarto.

El tiempo tenía una manera muy curiosa de meterse en sus asuntos. Generalmente, no lo sentía y al principio casi no se daba cuenta, hasta aquel día en que caminaba por la avenida Universidad hacia la Ponce de León. A lo lejos veía la silueta de Isabel, con quien debía encontrarse, cuando comenzó a escuchar un silbido en su oído derecho. Su ojo izquierdo comenzó a temblar, paulatinamente aumentando su intensidad, y los edificios y autos alrededor comenzaron a dar vueltas mezclándose, como en esos efectos especiales fotográficos de algunas computadoras, o como en los espejos de los circos. Tuvo que poner una rodilla en la acera, para no caer. Tuvo que resistir las ganas inmensas de vomitar en plena calle. Tuvo que sufrir toda una serie de síntomas extraños por un largo rato hasta que su cerebro regresó a su cuerpo e Isabel ya estaba a su lado llamando a su padre por un teléfono. Esa noche esperaron varias horas en un hospital del cual se irían sin ver a un doctor, porque ya se sentía bien. Eventualmente varios doctores le confirmarían que la causa de su vértigo era una pérdida aguda de audición en su oído derecho, probablemente producto de una previa infección viral.


Él, por otro lado, estaba convencido de que su vértigo escondía algo más complicado.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Capítulo XVIII

Dame un momento de serenidad,
un cantito de noche sin oscuros presagios;
un rato de ocio pour l'ocio
y no la función de un escape,
un día sin temor a un futuro terror,
un día sin preguntar si el viento o el sol:
dame un chispito de cuerpo sin duelos y quebrantos;

una cama sin espacios vacíos,
un cuerpo sin figura de silencio:
dame la luz al final del túnel del desvío
una tarde de sábado de sol y no de dol,

dame un momento que dure cien años
sin el agrio murmullo de las oscuras golondrinas.

lunes, 11 de octubre de 2010

Capítulo XVI

Ni mi cuerpo que cambia desde la primera vez que lo vi,

Ni mis células que revientan como burbujas al salir del aro,

Hasta matarme, reinventarme y volverme a hacer así;

Ni el blanco que va cayendo sobre mis ralas hojas negras

Ni de la claritromicina el sigiloso sabor amaro,

Ni la noche que con tu súbito recuerdo errado alegras;


Ni el zumbido perpetuo que enerva mi pobre materia racional,

Ni las “canciones tristes que pones para sentirte mejor”

Ni la sucia distracción del morbo cibernético internacional

Ni la prepotente belleza roja en el delicado follaje del otoño

Ni el dulce sabor imaginario a valenciano alfajor,


Impedirá que desperdicie mis horas venideras

Con la venial lujuria estética de los versos desperdiciados.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Capítulo XV: Epístola IV a Felicita

Felicita:


Han pasado varios meses ya desde nuestra última carta. Acá el otoño se nos viene encima como un bólido de fuego casi por extinguirse. El frío de la mañana es proporcional al calor de las tardes, razón por la cual en la mañana soy un rollo mal hecho de ropas atosigadas y al mediodía soy un patético espectáculo de striptease ambulante que no cumple su fin. No sé qué buenas nuevas (o sencillamente nuevas) tenga desde que te fuiste. No sé si querrás leerlas o si las llegaras a leer. Mis pulmones han decidido unirse al paro nacional allá en la isla y así están: trabajan un par de meses, y un buen día deciden adoptar la vía de la desobediencia civil. Yo, que me hallo sin fuerza policíaca con que suprimirlos, quedo a la entera benevolencia de los galenos locales, el té y la medicina occidental. Entre tanto y a lo lejos, me dan un respiro.


Pensaba hace poco en aquella larga conversación que tuvimos acerca del lugar del arte y el estudio del mismo en la sociedad que nos ha tocado existir. No tengo una respuesta clara todavía. Me parece que estoy volviéndome un poco más retrógrada de lo que pensaba y quería. La idea que trataba de elucidar era la siguiente. ¿Qué sentido tiene que en un mundo como el que estamos viviendo el hecho de que alguien como yo, que no hago más que enseñar dos veces al día tres días a la semana, gane la misma cantidad de dinero (o más, horror) que una persona que vuela y a su cargo tiene la vida de todos los que vuelan con él? ¿Qué sentido tiene ganarse la vida hablando de autores que solo un grupo reducido de personas lee, exponiéndolo a través de graciosos artificios lingüísticos y pasándolos por altas teorías pseudo-científicas que carecen de valor intrínseco alguno? Vamos, que le meta las cabras a la gente, como entenderás. Lo que quise decirte aquel día antes de que no te despidieras es que vivimos en un mundo descarado e insolente cuando permitimos que alguien cuyo trabajo consiste en estudiar el arte sea remunerado (de la manera que sea) más que alguien que tiene un impacto directo y palpable en el desarrollo y la seguridad del bien común, incluidos los que hacen arte.


Tú podrás argumentar, para mi consuelo inmediato, que el lugar del arte no es el de producir un capital concreto sino (escudándote en el francesito) el de producir un capital abstracto que no podemos tocar. Pero aún así, ¿de qué sirve ese “capital” que no se ve ni se toca? Prestigio, fama, respeto... Son palabras que se dicen mucho pero significan poco, y mucho más en los círculos en los cuales nos movemos. Tu segundo argumento será (adivino) que el arte nos sirve como paliativo a las soledades de estar vivo. Que el arte nos acompaña cuando nos sentimos solos, nos hace sentir alegres cuando estamos tristes y viceversa. Lo concedo. Esto lo puedo entender sin problemas, pero el mismo argumento señala un problema mayor: el desfase entre esa función del arte y su estudio, ya mencionado, de raigambre más teórico-histórica, con muy poco de emotivo, cuando no sea para causar risa. Piensa en lo que se escribe y se publica. Un estudio acerca de la influencia de Llull en los poetas contemporáneos catalanes. ¿quién lee eso? Tres personas, a lo sumo. ¿Qué efecto tiene esto en la vida de los demás miembros de la comunidad (imaginada o no) a tu alrededor? Ninguno que no sea el alardear tu intelectualidad y el levantar de copitas de vinito. No en balde hace muchos años nos sacaron a todos de la república. A veces pienso que a algunos nunca nos debieron permitir el regreso.


En cuanto a tu pregunta en la última carta, no sé. Supongo que en algún momento sucedería y no de otra manera. Es difícil distinguir entre el miedo y el miedo que deberíamos tener. Por un lado, cada día aumenta la cifra de muertos por la bendita influenza esa. Por el otro, no sé hasta qué punto estén distinguiendo quién muere de qué si ni siquiera hacen ya pruebas para saber qué tienes. Una cosa puedo decirte (retrotrae esto a nuestro intercambio sobre política): cada día entiendo más por qué mucha gente se refugia ciegamente en, y otros coqueteamos con, el socialismo. En los pasados días ha salido a la luz que la aristocracia del capital ha recibido (primero que gran parte de la población) la vacuna contra la dichosa pandemia. Esto quiere decir que en algún lugar una mujer embarazada o un niño con problemas pulmonares está en peligro de contagiarse y sin posibilidades de recibir una vacuna pronto, mientras que una de estas pirañas ya probablemente goza de la salud mental que brinda un sueño sin preocupaciones mientras se regodea en una cama que probablemente cuesta más que lo que gana la madre embarazada en un mes. Con razón se desajustan algunos y entran a los lugares acribillando a mansalva todo lo que se encuentre a su paso bajo la imperiosa furia de la frustración ante un mundo que permite cosas como éstas. Con razón hay socialistas de discoteca. No es que las izquierdas esté ganando una batalla ideológica, sino que la derecha ya no es capaz de ocultar su rostro. La idea no es mía: se la robo a alguien cuyo nombre no recuerdo. En teoría, la producción de la riqueza se suponía redundara (y me repito, lo sé) en el bien común. Aquí se ha convertido en la panacea de todos los males.


Mis estudiantes me apabullaron hoy con preguntas acerca del vocabulario amoroso en mi lengua nativa, razón por la cual fue una clase muy divertida. Muy triste también. Creo que la reducida oferta de tal vocabulario en su idioma en comparación con la ridícula cantidad en el nuestro los dejó pensando que somos una raza de amantes por segundo en constante ebullición. No me preocupa: puede que no esté muy lejos de la “realidad”.


Regresa pronto, el invierno se nos cae encima.


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miércoles, 15 de julio de 2009

Capítulo V: El constante sepulturero

Cada paso es un golpe más en la tierra.

¿A nombre de quién? Si yo no quiero

Esta condenada anatema de oscura procedencia.

¿Por qué insistir en el sonido opaco de tus golpes

Que entierran uno y otro y otro y otro

Mis contingentes triunfos y potenciales fracasos?

Y si decido ignorarte, y pensarte muerto decido

Huir de tu inmensurable existencia no puedo, porque

Te mantienen vivo golpe a golpe, verso a verso,

Segundo a segundo, haciendo camino al morir.

Cada vez que te miran existes, en todo espacio

Que exista sobre la tierra aunque no lo conozca...

Y tecleo y tecleo y tecleo

para ignorar tus golpes secos

en la tierra que ofrecerá su privacidad a la caja

donde no estaré porque ya no voy a serlo, eso

que ahora escribe estos versos que no son más

que paliativos momentáneos a tus disímiles palas

y a tus golpes secos o tus nefastos mensajeros.

domingo, 5 de julio de 2009

Capítulo IV: De los trabajos del Honor, o de como Valencia me robó, y no exactamente el corazón.

-12 de noviembre del 1981... Veintisiete años.... Veintisiete, sí.

-¿Domicilio?

- ¿Aquí? Carrer dels Gascons, 4

-¿Valencia?

- No, Zimbawe. Sí, señor oficial, Valencia, Comunitat Valenciana, España. No recuerdo el código postal. Sub-normal

- Vale. ¿Qué pertenencias le han robado?

-Una computadora portátil, una cámara, cien euros-

-¿Una computadora portátil? ¿Qué marca?

-Dell.

-Vale. ¿recuerda el número de serie?

-Dime por los dioses que no me estás preguntando cuál es el número de serie de mi computadora. ¿El número de serie?

-Sí, es que sería interesante si nos diera el número de serie de su portátil para corroborarlo.

- Interesante... Interesante, qué chévere... No fíjese señor oficial, justo ahora mismo no recuerdo el número de serie de mi computadora, lo cual es extraño porque es una serie de números tan fácil de recordar... No se preocupe, que tan pronto como regrese a los Estados Unidos le daré una llamada.

-¿Usted es de América?

- No, señor oficial, soy de Puerto Rico que forma parte también del continente americano. Ni los visigodos.

-Vale. ¿Le han robado algo más?

- Dami basia mille...que jodienda. Un reproductor de mp3. Ipod. Tenía una inscripción en una chapa de metal.

- Una inscripción. ¿Qué decía?

- uspira] Dami basia mille. La madre que te parió.


viernes, 22 de mayo de 2009

Capítulo II: De la Ciudad Indiana y otros eventos similares.

La chica de los apartamentos me mira mientras un niño inspecciona el closet. I am probably going to come again tomorrow at 1 to show your apartment. Yo le contesto que no hay problema, que no estaré aquí. Que mañana en la mañana salgo para hacer el camino desde el Pueblito hasta la gradilociosa Ciudad Indiana y buscar a un mítico Alejandro que, dicen, es mi hermano. Bueno, lo dicen mis padres, mis abuelos, primos, amigos… Vergonzosos álbumes en los que hay fotos de dos niños vestidos con la misma ropa… Presumo que lo que dicen es verdad. No tengo pruebas de lo contrario y no las quiero tener. La chica de los apartamentos, antes de que yo termine, se ha ido a hablar con el niño.

El autobús salió, como siempre, a las 10:40 de la mañana. Como siempre, lo perdí. El próximo autobús salió, como siempre, a las 12:40 del mediodía. Mi reproductor de música lleva inscrito en una chapa de metal Dami basia mile bajo una manzana. Lo miro y pienso a la italiana. Luego pienso en Auerbach y en los padres de la iglesia. (Lo sé. No sé.) Me pregunto si, así como para Tertuliano Josué era la prefiguración de un mesías, este trayecto será la prefiguración de algún viaje futuro. Pienso demasiado así que subo el volumen. Eres la capital del peor país del mundo... El autobús frena de golpe, las gomas chillan por varios segundos y todo comienza a dar vueltas. Y el rayo cae, y hace mal… Despierto y he llegado.

La ciudad Indiana sería más interesante si no existiera. La Gringa me había contado tantas veces (más de las que hubiera querido) que esa ciudad es la de los raros peinados viejos. Que ella nunca salía de sus cuatro paredes porque cada salida a era la entrada a una dimensión paralela en la cual comer solo es un acto incomprensible. Yo debí haberle leído atentamente, pero los lazos fraternales son mucho más fuertes. A las 5 de la tarde buscábamos Alejandro y yo un café dónde sentarnos a hablar junto a su compañera de trabajo y el amigo de esta. Todos en la ciudad Indiana por razones diversas. El único lugar que pudimos hallar era una buena idea mal ejecutada. No recuerdo (ni quiero) el nombre del lugar. Basta escribir que el concepto es sencillo: café y dulces, rodeado de la mayor cantidad de juegos de mesa que he visto en años. Guess Who, Battleship, Operation… podría ser peor. ¿Podría? Luego de explicar unas 4 veces la mecánica detrás de dos cafés, un chocolate (con leche) y un pedazo de bizcocho de chocolate, el señor del lugar nos hace una oferta envidiable: So guys, do you want to go downstairs with me? Un Indiano de unos 65 años, calvo y usando tirantes nos invita a ir downstairs con él. Cualquier persona escucharía con alarma y jamás aceptaría. Nosotros no somos cualquier persona: vivimos al borde del abismo día a día hasta en las más burdas situaciones: inhalamos y exhalamos adrenalina. El Indiano nos guía a través de tres salones para actividades, a la disposición de cualquiera que quiera usarlo. Al llegar al último casi no podemos ver. Es un cuarto oscuro, lleno de esqueletos, cráneos, dragones y demás motivos similares. This is the dark room. We have this one so kids come and play Dungeons and Dragons. El Indiano nos mira. Nosotros nos miramos y miramos al Indiano. Dos mundos se descubren, solo que uno está profundamente incómodo por la rareza del otro. Uno de los mundos, el incómodo, comienza a retroceder lentamente sin darle la espalda al mundo de los dragones y los tirantes. Do you guys want to go upstairs? El mundo que se extraña sube las escaleras, paga y se marcha preguntándose qué distraído dios creó aquel otro mundo.

La chica de los apartamentos toca la puerta. Hello?! Campus Walk Apartments! Hello?! Antes de que yo pueda tener siquiera la opción de ignorarlo, la chica de los apartamentos mete la llave, gira la perilla y abre la puerta. Hello, I just came to show your apartment. La chica de los apartamentos me mira detenidamente mientras las tres personas detrás de ella entran y comienzan a inspeccionar el apartamento que probablemente será suyo. Sorry for the mess, digo yo. Oh, no you’re good. Sin darse cuenta su vista se ha topado con algo y no puede dejar de mirarlo. Yo, extrañado me miro a los pies a ver si tengo dos calcetines diferentes, pero en el camino me encuentro con mi pantalón desabrochado. La chica de los apartamentos no puede dejar de mirar. No la culpo, yo tampoco podría dejar de mirar si fuera ella. Supongo que ese es el precio que tiene que pagar por venir a mi apartamento (que todavía lo pago) sin previo aviso.