domingo, 3 de mayo de 2009

Capítulo I: De las farmacias y la espera.

Esperar es una prueba de resistencia al estoicismo del cual muchos carecemos. Se podría decir que ya nacemos esperando, si desde antes de llegar hay que detenerse en el vientre de una desconocida 9 meses antes de poder pisar este mundo. Digo pisar, claro está, en sentido figurado porque hay que esperar al menos otros tantos meses más antes de que tus precavidos padres te dejen gatear por primera vez para el gusto de la cámara, la familia, los vecinos y el internet. Nueve meses en el vientre de una desconocida. Supongo que es más tiempo del que muchos pasarán en estas regiones en sus vidas. Deberíamos tener memoria para disfrutarlo más pero claro, al llegar a la novena entrada, ¿alguien quiere acordarse de ese bambinazo?

El punto es que los que venimos de las regiones más trasparentes estamos entrenados para esperar, ya que la primera gateada es el inevitable camino por años perdidos esperando (de pie la mayoría de las veces) en oficinas gubernamentales, centros de cuidado diurno, hospitales, oficinas universitarias, tiendas de comida “rápida”, puteros, iglesias, etc. Esto quiere decir que cuando llegamos a las tierras del norte está uno semanas en completa perplejidad al darse cuenta que en estas tierras no se espera. Claro, como ya sabemos, el tiempo es subjetivo. Para los nativos una hora en la oficina de un doctor es una tortura. Para mí es otro libro o artículo que puedo leer, Creo que por esto cuando tienen que esperar más de cierta cantidad de tiempo pierden toda noción de la realidad y sus actos carecen de razón. Algunos (cuando digo algunos quiero decir todos) sacan sus celulares (es un tic) y comienzan a jugar. En mi imaginación intentan hacer que la culebrita se coma la bolita y crezca más y más cada vez que lo hace. En realidad, la última vez que jugué con un celular fue hace mucho tiempo. Otros no juegan, sino hablan. Muy alto. Tan alto que se puede escuchar lo que dicen y el problema no es escuchar, sino escuchar lo que dicen cuando estás en la farmacia.

Mom! The insurance does not cover it and it still burns like hell! Uno, que está al lado del pobrecito comienza a buscar desesperadamente donde diablos está la botella de Purex. “Fuck! I have to take it everyday, otherwise it makes no sense!” “I took your urine sample twice last week, girl!” La HIPAA es violada a diario, para mi desgracia. Comentarios como este son normales… bueno, comunes, en la farmacia. Lo que no es normal son las preguntas. Esperar más de la cuenta los desajusta, los desorienta. Quizá sea por esto que Sara, que así llamaré porque así la recuerdo, decidió voltearse y saludarme. Sonriéndo, Sara me pregunta cómo estoy. Good: as good as you can be when you are waiting for meds- contesto yo. Lo ideal sería que este capítulo acabara aquí y yo saludara a alguien. Lo ideal, por definición, no existe. Yeah, people get sick a lot when Spring comes- me dice. Mi cerebro está diciéndose que debería voltearme y seguir pretendiendo que estoy leyendo. Sin embargo, algo (ciertamente ningún atributo físico) provoca mi curiosidad.That’s true, it is the change in temperatura- contesto yo en mi inglés macarrónico. Where are you from?­- me dice. Richport, IE born and raised- contesto. Si tuviera un dólar por cada vez que alguien remata mi lugar de procedencia preguntándome qué hago aquí sería millonario, aunque seguiría siendo triste. And what do you have? Sara se me queda mirándo con su sonrisa terrorista. Yo, aterrorizado, solo puedo producir monosílabos: What?! Claro, Sara, voy a contarte por qué estoy un viernes a las 11:45 del mediodía en la farmacia esperando mis medicinas, “Pero si no tienes nada qué ocultar, Ray!” Muy pocas, diría yo, y mis duelos y quebrantos son la mitad. “Ray, probablemente le gustaste” Chévere: no lo necesito. “Ray, pudiste haberle dicho que tenías cáncer, para que no sea tan…” Esta tercera opción (todas han sido verídicas) es la que más me agradó pero nunca llevé acabo. Sara Fergusson!- se escucha a lo lejos. Estoy seguro de que ese no era su apellido. Sara se levanta, me dice hasta luego, sonriendo, y se va. Ahora paso los días caminando tratando de recordar su cara por si alguna vez la encuentro, decirle que ya estoy bien, y que lo que tenía realmente era la influenza porcina… perdón, A (H1N1). Eso le dejaría un recuerdo memorable acerca de la indiscreción.

Desde Indiana saludamos a Sara en la farmacia: hija, la discreción es valiosa y útil. Las farmacias no son redes sociales, sino salas de espera.

3 comentarios:

Ferran Berenguer dijo...

Hola, soy Ferran, del blog "Lausengier brogit". He visto que desde hace poco te pusiste como seguidor suyo. Sólo quería saludarte, y preguntarte, por curiosidad, cómo encontraste el blog y qué te motivó a seguirlo.

Un saludo!

Ray Leverkunst dijo...

Hola Ferran! Pues nada que este año aprendí catalán tomando un curso, para el cual estaba escribiendo un ensayo sobre JV Foix. Buscando unos poemas en google encontré tu blog, que me pareció interesante. De hecho, tu interpretación de "Raó i Follia" es interesante, aunque ya te dejaré un comentario luego.

Saludos!

Adrover dijo...

Me hizo reir y reflexionar tu post. Refrescante y me identifico, ya que oficinas, médicos y medicamentos forman parte de mis esperas (condición crónica muchísimo menos contagiosa que la gripe porcina). La lectura también resulta ser un antídoto a la ansiedad provocada por la espera. Lo próximo que voy a leer en una sala de espera en el médico va a ser tu blog.